USO DE RAZÓN.  DICCIONARIO DE FALACIAS. © Ricardo García Damborenea

Falacia de la PENDIENTE RESBALADIZA

o del dominó

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  Consiste en una cadena de argumentos que conduce, desde un comienzo aparentemente inocuo, a un final manifiestamente indeseable. Para rechazar una proposición o desaconsejar una conducta apela a consecuencias remotas, hipotéticas y desagradables. Por ejemplo:

 

           No se puede suprimir el servicio militar obligatorio porque distanciaríamos a los ciudadanos de su compromiso con la nación, lo cual debilitaría nuestra capacidad defensiva y de disuasión, con lo que en la práctica estaríamos invitando a que se abuse de nosotros y no se respeten nuestros intereses, especialmente los comerciales, con las consecuencias inevitables de recesión económica y desempleo. Ya se sabe que cuando esto ocurre la sociedad se siente irritada e insegura, la política se torna inestable y cualquier incidente puede crear un caos revolucionario.

 

Estamos ante una larga cadena de inferencias del tipo A causa B, B causa C, etc. que culminan en un final tenebroso. La falacia consiste en dar por fundadas consecuencias que no son seguras y a veces ni siquiera probables. Se ampara en la inquietud que desata el resultado final para colar de matute algunas relaciones causaefecto que son refutables (en este caso, todas): es una temeridad dar el primer paso, porque las consecuencias se producirán de modo automático e irremediable. Este ejemplo puede parecer exagerado. De hecho es una deliberada exageración, pero cosas así se escuchan cuando alguien no sabe qué alegar:

 

          Cuatro órdenes de perturbaciones sociales se pueden estudiar como posibles consecuencias del divorcio: los suicidios, la criminalidad general, la criminalidad en los menores delincuentes, y la criminalidad en los cónyuges. Leizaola.[1]

 

Se nos presentan las consecuencias como si fueran obligadas cuando distan de ser ni siquiera probables.

 

             Debieras dejar de fumar porque la debilidad frente a la adicción caracteriza a una personalidad insegura, incapaz de afrontar las respon­sabilidades de un empleo o de una relación. Acabarás sola, infeliz y en la miseria.

 

Los pasos necesarios para aceptar esta conclusión suponen que todo el que fuma padece un defecto de la personalidad; que los desórdenes de la personalidad conllevan la pérdida del empleo y de las relaciones, y que esto equivale a terminar sola fané y descangallada. Este progresivo deslizamiento hacia la perdición es lo que da nombre al sofisma, conocido también como Falacia del dominó.

 

         Si los estudiantes no se plantan ahora ante la administración por este problema pequeño, el decanato pensará que tiene luz verde para arrebatarnos otro y otro derecho, hasta no dejar ninguno.

 

   Florece en abundancia siempre que se discuten innovaciones: servicio militar, legalización de las drogas, reinserción de presos, ampliación de los supuestos legales del aborto, juicios con jurado, o educación laica:

 

          Los jóvenes no educados en el respeto a Dios, serán reacios a soportar disciplina alguna para la honestidad de la vida y, avezados a no negar nada a su concupiscencia, serán llevados fácilmente a agitar la misma paz del Estado.

 

En cualquier campaña electoral se nos alecciona generosamente sobre las terroríficas consecuencias que se producirían si llegaran a gobernar los contrarios. Este sofisma, asociado a los ataques personales (Falacia ad hominem), suele consumir las mejores energías de los candidatos sin dejarles ocasión para cosas de mayor sustancia.

 

         Cualquier recorte en la asistencia sanitaria puede parecer banal, pero es muy peligroso. Los pequeños recortes abren la puerta a los grandes recortes y, finalmente, a la supresión del sistema sanitario gratuito. Si no impedimos esta tendencia, el Gobierno lo interpretará como un guiño de complicidad para acabar con el sistema sanitario público.

 

   Siempre que rebrota el debate sobre la eutanasia, aparece una abundante cosecha de sofismas sin que falte la pendiente resbaladiza:

 

          Una vez que una sociedad permite que una persona quite la vida a otra, basándose en sus mutuos criterios privados de lo que es una vida digna, no puede existir una forma segura para contener el virus mortal así introducido. Irá a donde quiera. Dr. Callahan.[2]

 

Es, en fin, el argumento que nos recuerda que quien mal anda, mal acaba:

 

                               Yo conocí a un hombre e bien

                               tan cabá como er reló,

                               y se metió en er queré,

                               y en un hospitá murió.

 

A diferencia de la falacia del Wishful thinking, la que nos ocupa, considera únicamente posibilidades desfavorables y sugiere que las cosas irán mal porque pueden ir mal. Nos invita a confundir la realidad con nuestros temores.

 

Asociada al Sofisma patético fue muy provechosa para la propaganda exterior del sistema soviético. Las críticas al régimen comunista iniciaban pendientes resbaladizas que contribuían a un desastre inevitable: el fracaso de la Revolución. Los críticos, por tanto, eran traidores contrarrevolucionarios.

 

Una variedad de esta falacia consiste en rechazar una proposición alegando que puede producir efectos colaterales indeseables. El ejemplo tradicional se refiere al maestro que no permite a un niño llevar su tortuga a la clase de párvulos porque eso le obligaría a dejar que otros niños llevaran también sus mascotas: ¡quizás alguno tenga un elefante!

 

          La elección de los métodos de enseñanza se debe dejar en manos de los profesores. Si se permite que los estudiantes influyan en este campo, querrán intervenir en otros, incluso en la dirección de la Facultad. Esto conduciría a la ruptura del orden, la disciplina y, en definitiva, a la desaparición de toda docencia universitaria.

 

Lo que se viene a sugerir es que si se acepta una regla, no faltará quien pretenda aplicarla en otras situaciones que sean claramente indeseables.

 

Al rechazar la falacia, es preciso no dejarse distraer ni aterrorizar por los derrumbaderos escabrosos que vaticina. No nos interesa la última conclusión, sino examinar las premisas intermedias (del for­mato A causa B) y descubrir cuántas de ellas son refutables o necesitan justificación. Se puede responder de varias maneras, por ejemplo:

 

        a. Poniendo de manifiesto que la cadena argumental no la forman relaciones causales plausibles, es decir, que se están arrastrando las consecuencias por los pelos. Basta con que podamos detener la cadena en uno de los eslabones. Es como trazar una barrera que impide el deslizamiento por la pendiente.

 

             La supresión del servicio militar no provoca la indiferencia de los ciudadanos por los problemas de la nación.

 

        b. Bromeando: Largo me lo fiáis, como decían en el Convidado de piedra, o, si se prefiere: de aquí a cien años todos calvos.

 

          Suplico a los que anticipan sus temores acerca de los desórdenes que desolarán Fran­cia si se introduce la libertad de cultos, observen que la tolerancia no ha producido entre nuestros vecinos frutos empon­zoñados; y que los protes­tan­tes, inevitablemente con­denados, como todos sabemos, en el otro mundo, se han sabido arreglar de una manera cómoda en éste, sin duda en compen­sación debida a la bondad del Ser Supremo. Mirabeau.

 

No todos los argumentos que utilizan cadenas de consecuencias inquietantes son falaces. Por ejemplo:

 

             Debieras abandonar el tabaco. Te deja un desagradable olor en el alien­to, el pelo y la ropa, que molesta a los que se te aproximan.

 

En este ejemplo, las consecuencias son automáticas e inevitables. Una cadena argumental no es falaz cuando se construye sobre relaciones causales necesarias o plausibles que se pueden confirmar paso a paso.

 

Con frecuencia se emplea esta argumentación legítimamente para no ceder ante una coacción, una amenaza, o un chantaje:

 

             Si cede usted esta vez, deberá ceder un poco más la próxima, y así sucesivamente.

 

No por el hecho de anunciar males se incurre en falacia. Muchos temores están bien fundados y es razonable rechazar iniciativas que no se sabe a dónde conducen:

 

              Si ofreces el dedo te cogerán el brazo.

              Eso abriría un portillo peligroso.

              Existe el riesgo grave de que se nos escape el asunto de las manos.

              Por un clavo una herradura; por una herradura un caballo; por un caballo un reino.

 

Nunca es malo aconsejar prudencia.

 

          Si se legalizara el acto de acabar con la vida de alguien para ayudarlo, tal vez se haga daño a gente inocente como abuelos demenciados, y el Estado debe proteger a esa gente.[3]

 

Tanto la falacia como el argumento legítimo adoptan la forma: Si P en­tonces Q, entonces R, entonces S, entonces T... pero una cadena argumental se construye sobre relaciones causales plausibles y se confirma paso a paso. En la falacia de la pendiente resbaladiza, se menosprecia la plausibilidad de los vínculos causales y se concentra toda la atención en los remotos resultados indeseables.

 

          Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da impor­tancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Thomas de Quincey.

 

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Revisado: mayo de 2005

 


[1]Vidarte, Simeón: Las Cortes Constituyentes de 1931-1933.

[2]diario ABC.

[3]Asoc. Esp. contra el Cáncer.